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Pedro Páramo: fantasmas, culpa y la memoria de un pueblo maldito

  • Foto del escritor: Raquel Ayala
    Raquel Ayala
  • 13 mar
  • 1 Min. de lectura

Adaptar Pedro Páramo es una tarea titánica. La obra de Juan Rulfo no solo es un pilar del realismo mágico, sino una experiencia sensorial donde los límites entre los vivos y los muertos se desdibujan. Rodrigo Prieto asume el reto y nos entrega una película visualmente impecable, pero con una narrativa que no siempre alcanza el peso de su fuente original.


La historia sigue a Juan Preciado (Tenoch Huerta), quien viaja a Comala tras la muerte de su madre para encontrar a su padre, Pedro Páramo (Manuel García-Rulfo). Lo que parece un viaje en busca de respuestas se convierte en un descenso al pasado de un pueblo condenado, donde las voces de los muertos susurran secretos de traición, amor y poder.


Prieto logra capturar la esencia fantasmal de Comala con una fotografía evocadora, llena de planos que parecen pinturas de un México espectral. Sin embargo, donde la imagen triunfa, el guion tambalea. Aunque la estructura fragmentada de la novela se mantiene, algunos personajes carecen de la profundidad que los hacía tan memorables en el papel, y el Pedro Páramo de García-Rulfo no transmite del todo la imponente presencia del cacique.


Aun así, la película tiene sus momentos de brillantez. Hay escenas donde el realismo mágico se despliega con una sutileza poderosa, y la atmósfera de fatalismo es palpable. No es la adaptación definitiva de Pedro Páramo, pero sí una versión que merece ser vista, sobre todo por quienes buscan perderse en el eco de Comala y sus almas errantes.


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